martes, 27 de marzo de 2012

La autoexigencia. Cuando lo que hacemos nunca es suficiente.

Las expectativas inculcadas de que podemos con todo y que nuestra capacidad es infinita puede chocar con una realidad un tanto distinta. 

Desde la infancia nos transmiten la idea que debemos hacer todo y más, que hay que ser excelentes en cualquier cosa que nos propongamos; que intentarlo y no lograrlo es de fracasados. Estas ideas se transmiten de padres a hijos, ya sea de forma más directa o bien sutil. El resultado suele ser similar. Crecemos hiperexigidos, primero por las figuras de referencia externas y luego por nosotros mismos.


Expresiones como "debería hacer más", "no he sacado suficiente nota", "si me esfuerzo puedo conseguir mucho", etc; en principio inocentes pueden llegar a ser perjudiciales y resultar trampas que distorsionarán nuestra visión de la realidad y nuestra autoestima. 

Si algo he percibido en mi corta experiencia profesional es que en todos los casos suele haber -además de otros factores - la exigencia desmedida de fondo. Debemos ser hijos perfectos, estudiantes modélicos, parejas de película y trabajadores excelentes, además de amigos fieles. ¿No os angustia con sólo leerlo?

La carga de responsabilidades e ideales inalcanzables sólo generan frustración y culpa. Cuando las expectativas están demasiado altas y es imposible cumplirlas, dejan de ser objetivos: son trampas psicológicas.

Hay que lograr un punto medio donde tomemos conciencia de nuestras capacidades y nos ajustemos a la realidad. Todos tenemos limitaciones pero no debe verse como algo peyorativo, sino enfocarlo desde el hecho que hacemos lo que podemos. No por eso seremos más malos o más vagos. Quien da hasta donde puede llegar ya es motivo para estar satisfecho. 

Conciliar nuestro límite con los objetivos y sueños nos permite hacerlos más abarcables y sentirnos más capacitados. Así pues, aunque parezca una paradoja, cuánto más conscientes seamos de hasta dónde llegamos, más podremos hacer. 

Extraño, ¿verdad?. La explicación es sencilla: mientras más nos exigamos, más posibilidades hay de bloquearnos y que no podamos conseguir aquello que anhelamos hacer. Es entonces cuando se generan las frustraciones y nuestro autoconcepto se ve perjudicado. Puede aparecer lo que se conoce como profecía autocumplida: pronosticamos que algo no nos saldrá por determinados factores; al tener esta percepción, boicoteamos nuestra actividad y por lo tanto, al final termina por no salir como esperábamos.

Asimismo ocurre con los que nos rodean. Al igual que nos proponemos metas inalcanzables, también podemos delegar este peso a otros, ya que podremos ver al resto según cómo nos percibamos a nosotros mismos. Es por eso que en muchas ocasiones nos sentimos defraudados e irritados porque consideramos que el otro no hace suficiente. Quizá resulta que al igual que todos, hace lo que puede porque, al fin y al cabo, es un ser humano.

Aprendamos a disfrutar de cómo somos y de los logros que conseguimos, sin compararnos con otros. La competitividad y la exigencia son útiles para el día a día, pero con moderación y altas dosis de realidad.

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